miércoles, 22 de junio de 2011

El recuerdo (Parte 2/3)

La noche estaba muy oscura .Por aquel bosque donde cada paso que daba era como cincuenta hacia atrás. No sabía donde pisar ni donde poder apoyar los brazos para evitar hundirme en aquellos lagos de barro. En aquella atmósfera sentía que la presión machacaba mi cabeza sin compasión, y donde el aullido de los lobos retumbaba en mis oídos como si me encontrase en un campanario. Con los pies magullados (iba descalzo, perdí los zapatos al huir de unos ruidos que procedían de un poco mas allá de unos arbustos) y bastante sucios, andaba mirando hacia delante y hacia los lados casi como si de ello dependiese mi vida.

Llegué a una cuesta ligeramente inclinada de donde se observaba perfectamente la luna, me senté con las piernas cruzadas y posando las manos sobre las rodillas. Sentía que era el único en el planeta que en ese momento estaba viendo la hermosura de aquel globo flotante. Sentía que era mía. Con su luz me alumbraba el rostro y cuerpo entero, así como parte de aquel paisaje pasto del olvido. El ruido del silencio que abundaba por aquella pendiente era incómodo y me hacía creer que en cualquier instante (el menos esperado) saldría una bestia de aquellos árboles y yo sería su cena. Pero nunca fue así, el único indicio de bestias eran los aullidos de aquellos lobos. De repente me di cuenta de que tenía la pierna izquierda dormida y en un acto reflejo me levanté para estirarla y aliviar aquel angustioso cosquilleo.

No todo salió como quería, al apoyar el pie este se inclinó hacia delante sin avisarme (fruto de que sus músculos estaban nulos) y mi cuerpo entero le acompañó inmediatamente. Aquella pendiente era mas larga de lo que desde arriba parecía. Pero lo que menos me importaba era lo lejos que estaba el suelo, me preocupaba mas la cantidad de rocas y árboles que había en aquella cuesta. Lo único que podía ver eran mis pies rodando, pero lo que me hizo sentir la magnitud de aquella caída fueron los múltiples golpes que mi cuerpo recibía. Vi que se acercaba el final y cerré los ojos con todas mis fuerzas e intenté encoger las piernas para evitar el mayor daño posible. Llegué al final y todo se volvió negro… Abrí los ojos y apenas distinguía nada, ¿era aquello el cielo? Poco a poco fui distinguiendo cosas. Me levanté y al darme cuenta de que no me dolía nada miré mis piernas, mis brazos, mi pecho… No tenía ningún rasguño, lo mas rojo que había eran los nudillos del frío. Hasta tenía la ropa limpia.

Observé mi alrededor y distinguí una figura a lo lejos, al ver que era la única me acerqué hacia él o ella. Desde un poco alejado le oía llorar y andar por la orilla del mar. Me acerqué para verle la cara y… era yo. Estaba en una especie de visión en la que involuntariamente me metí. Estaba en la misma playa y en el mismo mar. Llevaba la misma camiseta y el mismo pantalón. E incluso tenía las zapatillas mojadas. Recordaba cada movimiento con detalle. Reconocí las piedras que cogía del suelo (una verde cristal y redonda, era preciosa) y que a continuación, las tiraba al mar. Seguido de aquel ataque de cólera en forma de piedras hacia el agua, me veía a mi mismo meterme.

Me di cuenta de que seguía llorando. Había llegado hasta el cuello mientras yo le observaba desde la orilla, con la duda permanente de que pintaba yo allí (por segunda vez y por partida doble). Se zambulló. Lo único que veía era su silueta bajo la superficie y las burbujas que días antes yo mismo veía de debajo del agua, ahora las estaba viendo desde fuera. De repente algo cegaba mis ojos y desde la arena observé a los lejos de la playa algo blanco y una silueta que se acercaba hacia mí. Cuando conseguí diferenciar si era hombre o mujer, me di cuenta de que era un ángel. Pero, ¿los ángeles existen? Iba vestida de blanco y no se le veía ningunas alas ni tampoco el aro ese habitual en los dibujos animados que aparece sobre la cabeza de los ángeles. Cada vez que se acercaba (lentamente) distinguía una característica nueva en ella. Tenía un cabello que le llegaba a la altura de las axilas de un moreno espectacular. Sus ojos eran preciosos y su boca parecía hecha por un dibujante que podía borrarse y volverse a hacer hasta que quedase perfecta.

Tenía una flor en la mano derecha, parecía un clavel. Eran pocos los metros que le separaban de mí, cuando de repente me acordé y casi como un acto reflejo miré al mar y vi que volvía a respirar profundamente y sumergirme de nuevo. Seguí observando a aquel ángel y cuando se acercó me di cuenta (y casi llorando) de que no era un ángel normal. Eras tú. Me miraste a los ojos y sin decir nada te agachaste y pusiste aquel clavel tan hermoso sobre mis pies. Cada segundo que pasaba eras más preciosa que el segundo anterior. Te diste la vuelta y dabas pasos lentos pero grandes de manera que al cabo de unos pocos minutos desapareciste. Sentí ruidos y era yo mismo que estaba saliendo del agua.

Cogí el clavel que aquel ángel me había dejado y me acerque al yo que estaba tirado en la arena tirititando y con los ojos muy rojos. Me agaché y le metí el clavel en un bolsillo mojado del vaquero. Se levantó y muy cansado, caminó poco a poco y se sentó en la orilla. De repente todo se volvió oscuro. Abrí los ojos y estaba en el fondo de aquella pendiente junto a un árbol muy alto y unas raíces bastante gruesas. Estaba magullado, me sangraba el labio inferior y tenía toda la ropa destrozada con signos de golpes en todo el cuerpo. Recordé aquel ángel y me levanté del suelo. Era muy doloroso, sentía todos los huesos del cuerpo rotos. Con dificultad me acerqué a aquel árbol y me apoyé con la mano izquierda. Mientras, con la derecha metí la mano en el bolsillo y saqué algo. Era el clavel. Se me quitaron todos los dolores, y la sangre y la ropa destrozada eran algo secundario. ¿Era aquello real? A mi eso me daba igual, aquel ángel eras tú y aquel clavel tu recuerdo. Un recuerdo que nadie me podría quitar.

domingo, 12 de junio de 2011

Burbujas de dolor (Parte 1/3)

Ahogado en mi propia decepción paseaba por las orillas de aquel oscuro y silencioso mar. Mojándome las zapatillas y un poco los pantalones, pero me daba igual. Cada ola que golpea despacio mis piernas, eran como olas muy agresivas de razones y motivos por los cuales debía llorar.

Aquella playa se me hizo eterna, cada paso que daba eran como mil horas en mi mundo, y un segundo en el mundo de los demás. Cada piedra que cogía la tiraba al mar con rabia, con tanta rabia que mis brazos se quejaban constantemente, pero no les hice caso. Sentía como si al llegar al otro extremo de la playa se acabaría todo, que mas daba el dolor antes de llegar. Miraba las estrellas mientras andaba un poco más lento para evitar tropezar y bañarme por completo, y sentía que cada estrella era como un puñal que la vida me había clavado por la espalda y por el pecho, como si con tan solo mirarlas se me pararan todos los órganos del cuerpo. Seguí andando sintiendo frías gotas rozando y cayendo por mis mejillas. Parecía que el tiempo se paraba y las olas de escasa altura se convertían en olas del tamaño del muro de Berlín, pero solo parecía, de modo que no era real. Cansado de todo aquello quise gritar con todas mis fuerzas (las pocas que me quedaban, o quizás las únicas que siempre tuve), pero lo quería hacer sin llamar la atención.


Me metí en el agua poco a poco, sin darme cuenta o mejor dicho, ignorando que aún tenía la ropa puesta. Me metí hasta que el agua me llegaba al pecho y sintiendo como aquellos vaqueros se ajustaban incómodamente a mis piernas y como la camiseta negra seguía el mismo camino conforme me adentraba en el agua sin mirar hacia atrás.

Llegué hasta el cuello (parte de mi pelo ya estaba mojado) sin pensármelo dos veces me sumergí en el agua por completo y de una manera (que ni yo mismo sabía que podía sacar fuera de mi cuerpo)… grité. Grité con toda la fuerza de mi corazón e incluso abrí los ojos para ver las burbujas subir como agujas asesinas hacia la superficie. Sentí como me quedaba sin aire, salí con la cabeza inclinada ligeramente hacia atrás para echarme los pelos hacia atrás y poder ver. Me picaban los ojos, mucho. Miré el alrededor de mi cuerpo y viendo como aún quedaban restos de aquellas ondas producidas por las burbujas, volví a tomar aire profundamente y me volví a sumergir en el agua.


Pero esta vez fue distinto, sentía como si cada pez (o cosa que se movía por allí) me apoyara de manera absoluta. Encogí las rodillas y los pelos se me paseaban indiscretamente por la cara, pero de nuevo volví a gritar. Gritaba con todo el odio de mi corazón, como si cada grito que diera, fuese uno de esos puñales de aquellas estrellas. Miré hacia arriba (sin parar de gritar) y vi borrosamente puntos blancos mas allá de la superficie, distinguiendo estrella de estrella y sentí como si todas me miraran a los ojos. Aunque no lo viera, seguía llorando bajo el agua, lo sentía en mi corazón congelado. Me volvía a quedar sin aire y salí. Me sentía más ligero y algo mejor.

Fui hacia la orilla sintiendo como los vaqueros y la camiseta negra pesaban toneladas. Una vez allí y sin fuerzas alguna di unos pasos (los suficientes para que las olas no rozaran mi mojado cuerpo) y me caí como si una roca de trescientos kilos cayera sobre mí. Frío, sentía mucho frío. Pero de algún modo aquella rabia y aquel dolor calentaban mi cuerpo. Sentía el frío, pero lo soportaba fácilmente. Volví a levantarme y seguí andando observando a la luna. El extremo de aquella playa seguía lejos, muy lejos. Mis ojos seguían picándome y apenas veía ya que algunas gotas del mar se me quedaron en los ojos, pero me di cuenta de que no era así. Seguía llorando y por eso no veía. Me senté de nuevo en la orilla y tirititando observaba aquel mar que era testigo de mi rabia y dolor.