viernes, 24 de febrero de 2012

Lágrimas bajo las ojeras

Y esas ganas de llorar. Esa necesidad de soltar lágrimas por doquier. Esa imperiosa necesidad de sacar toda la mierda de dentro, estrellarla contra la pared y decir: “mira, esa es mi vida. Ayúdame a limpiarla”. Pero te manchas las manos de mi miseria y de mi interior brota el asco hacia mí mismo. Y llorar, esa necesidad de guardar lágrimas bajo las ojeras por si algún día las necesito. Que llueva, que truene y que me atropelle el viento con mala ostia. Porque algún día empezaré a sangrar por la nariz y no parará la hemorragia, caeré, me partiré dos costillas y gritaré en silencio. Y mientras mojo la arena con los pies leeré en las estrellas la palabra “gilipollas”. Volveré a caer y me partiré otra costilla más. Y en lugar de pedir ayuda me quitaré la camiseta y limpiaré mi nariz de sangre. Me entrará frío y en lugar de pedir abrigo me daré puñetazos en el estómago para entrar en calor aún a costa de hacerme más daño, partiéndome otra costilla. Y vendrán a mí esas ganas de llorar que hará que en mi boca se mezclen lágrimas y sangre. Y en lugar de pedir ayuda me arrancaré la piel porque me siento agobiado. Descubriré que ya no quiero limpiar las paredes de mi mierda, prefiero tirarlas a cabezazos para no enfrentarme a la realidad, aún a costa de hacerme más daño y partirme otra costilla. Y que vengan a mí esas ganas de hundirme y llorar. Yo solito en esa esquina donde nunca va nadie. Con ese olor a vida quemada. Allí sentado, con las costillas rotas y el alma anestesiada de tanto ajetreo. Allí estaré, sentado solito en esa esquina donde nunca va nadie.

martes, 21 de febrero de 2012

La directora de orquesta

Ella era la directora de esta orquesta. Ha puesto el escenario y ha afilado los instrumentos. Ha bailado con las batutas sobre sus manos y ha hecho volar las notas sobre el aire. Ha dirigido la orquesta con maestría y ha cambiado a su antojo las partituras: en clave de sol, en clave de fa, en clave de do, en clave de ella y en clave de yo.

Aunque en el último momento los instrumentos estaban empezando a desafinar. Las notas de las partituras empezaban a marearse y a sangrar con cada palabra. La directora de orquesta de esta noche se salía en el aspecto musical. Pero en la comunicación con los músicos cojeaba. Visto lo visto ella es más de hablar con los instrumentos que con las personas. Suena a obsesión. Pero siguiendo un razonamiento lógico no me extraña que sea introvertida. Los instrumentos ni se quejan ni traicionan, las personas no saben hacer otra cosa que quejarse y traicionar. No deja de ser una filosofía de vida. La filosofía de vida que había escogido ella.

Y trato de ayudar, de entenderla. Trato de que llore sobre mi hombro y que me golpee el pecho si lo necesita. Y no puedo. Y pienso en todo lo que me rodea. Y pienso en cómo piensa ella para quererla desde dentro. Y me doy asco por no conseguirlo.

Y el concierto acaba mal. La directora de orquesta me ha tirado las batutas a la cara con hostilidad y no las he esquivado. Ha subido el volumen y me ha dejado sordo. Me ha echado del teatro de su vida y ahora quiere tocar sola. Quiere ensayar sola. Sin mí.