Estaba
sentado sobre aquel banco resquebrajado por el tiempo, a la par que el alba se
asomaba poco a poco con disimulo como si de un chiquillo jugando a no ser
descubierto se tratase. El cielo más negro que la propia noche, la lluvia más
hostil que una pantera herida en su tranquilidad, el ambiente emulaba el frío
que sientes cuando estás a punto de ser atropellado y, cómo no, la cerveza más
amarga que la vida misma. << ¿Cuál era el sentido de la vida?>>,
pensé. Cada trago hacía parecer que lloviese con más fuerza arrancando en ese
momento del escenario todas las sonrisas habidas y por haber. Musitaba el
viento versos tristes entre silbidos agitando las ramas de los árboles.
Valiente caminar el del caminante cojo, pensé.
Y allí
pasaban los minutos como caracoles sin prisa, como mentiras mal escritas por un
poeta patético sacado del fondo de la basura, como verdades dolorosas lanzadas
a quemarropa. << ¿Cuál era el sentido de la vida?>>, la idea volaba
sobre mi mente como buitres carroñeros que, hambrientos, esperarían que hallase
la respuesta para picotearla hasta dejarla en los huesos. Nada novedoso, un día
más que simplemente era un complemento extraño de las noches. No me importaría
que durmiesen sobre mi calavera los peces más desconocidos del océano, no este
día vestido de noche. Ese sencillo
momento en el que las prostitutas de cada esquina sucia, se convierten en las
más románticas de la ciudad.
Trago acerbo
de la quinta lata de cerveza. Ajeno a mil historias, en ese instante el mundo
giraba en torno a mí. De fondo alguien balbuceaba, maldiciendo su suerte y la
de todo el que lo escuchara. <<Eh, tú. Cabrón>>, dijo desde la
lejanía. Su voz se perdía en el aire para luego, parecer, que la lluvia la
estrellase contra el suelo cogiendo carrerilla desde una de las muchas nubes
del cielo. No lo oí o no lo quise oír. No es difícil ignorar lo que te dicen
cuando ni siquiera has prestado atención a quien te está hablando.
<<Eh,
tú. Dame un trago>>. No dudé mucho. Al parecer entendía un trago por una
lata entera. <<Llevo una noche de perros. Me han echado de cinco bares,
ya ves tú, por no pagar. Que hijos de puta. Mírame, mi ropa está más vieja y
desgastada que la ética del ser humano. ¿Qué cojones esperaban? ¿Que después de
beberme un par de vasos de ron iba a sacar billetes de quinientos de una
billetera hecha de pieles de zorro? Y –la cerveza pareció darle cuerda- antes
le he pedido fuego a una mujer y ha empezado a gritarme ‘’ ¡Socorro, un
violador!’’. Joder, sólo soy un borracho que a veces finge que fuma sólo para
entablar conversación con alguien>>.
Y así pasaron
las horas, tan amenas. Seguía lloviendo, el sol iba y venía, el frío era menor
en compañía. Casi ni pronuncié palabra, casi ni las pensé. Solamente escuchaba
a aquel borracho de turno que, por algún efecto mariposa, había acabado en el
mismo banco que yo. Habló y habló. No sabía mi nombre, ni yo el suyo. No era
necesario, en absoluto. Y habló y habló. Todo desgracias, una vida complicada.
No se avergonzó por llorar y llorar. Excepto cuando hablaba de sus dos hijos.
Hablaba, lloraba. Lloraba, hablaba. Y, a veces, reía iluminando el día de
felicidad.
Quizás fuera
este uno de ellos. Escuchar a un desconocido sin nombre que nunca habías visto
y que nunca volverás a ver. Ver como alguien llora desahogándose por una vida
perra o por un mal día. Una conversación de uno sólo. Escuchar sin ser egoísta
y acabar hablando de los problemas de uno mismo. ¿El sentido de la vida? Los
sentidos. Y escuchar sin más a alguien es, quizás, uno de ellos. Uno de tantos.