domingo, 9 de septiembre de 2012

Funambulista de mil lloreras


Ráscate el caparazón con los dedos en carne viva
que saldrán capas de hielo de un invierno putero,
donde se esconde el demonio por miedo a la vida
huyendo de sonrisas torcidas que mueren de sed,
camina en silencio para no hacer temblar demasiado
las agujas frioleras del minutero que ennegrecen tu tez,
para que tú, funambulista de mil lloreras, duermas tranquila.

Llegarás al otro lado del sendero aunque se haga largo,
aunque sea con las uñas podridas y el alma resquebrajada,
aunque sea un camino amargo y termines por no llegar
a ningún sitio.

Llegarás aún con la primavera cargando en tu espalda,
da igual, cada huella será un viaje recorrido.
Aunque el otoño esté hecho de mil puñaladas traperas,
da igual, cada huella será un viaje recorrido.

Sólo para que así,
para que tú, funambulista de mil lloreras,
duermas tranquila.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Uno de tantos


Estaba sentado sobre aquel banco resquebrajado por el tiempo, a la par que el alba se asomaba poco a poco con disimulo como si de un chiquillo jugando a no ser descubierto se tratase. El cielo más negro que la propia noche, la lluvia más hostil que una pantera herida en su tranquilidad, el ambiente emulaba el frío que sientes cuando estás a punto de ser atropellado y, cómo no, la cerveza más amarga que la vida misma. << ¿Cuál era el sentido de la vida?>>, pensé. Cada trago hacía parecer que lloviese con más fuerza arrancando en ese momento del escenario todas las sonrisas habidas y por haber. Musitaba el viento versos tristes entre silbidos agitando las ramas de los árboles. Valiente caminar el del caminante cojo, pensé.

Y allí pasaban los minutos como caracoles sin prisa, como mentiras mal escritas por un poeta patético sacado del fondo de la basura, como verdades dolorosas lanzadas a quemarropa. << ¿Cuál era el sentido de la vida?>>, la idea volaba sobre mi mente como buitres carroñeros que, hambrientos, esperarían que hallase la respuesta para picotearla hasta dejarla en los huesos. Nada novedoso, un día más que simplemente era un complemento extraño de las noches. No me importaría que durmiesen sobre mi calavera los peces más desconocidos del océano, no este día vestido de noche.  Ese sencillo momento en el que las prostitutas de cada esquina sucia, se convierten en las más románticas de la ciudad.
Trago acerbo de la quinta lata de cerveza. Ajeno a mil historias, en ese instante el mundo giraba en torno a mí. De fondo alguien balbuceaba, maldiciendo su suerte y la de todo el que lo escuchara. <<Eh, tú. Cabrón>>, dijo desde la lejanía. Su voz se perdía en el aire para luego, parecer, que la lluvia la estrellase contra el suelo cogiendo carrerilla desde una de las muchas nubes del cielo. No lo oí o no lo quise oír. No es difícil ignorar lo que te dicen cuando ni siquiera has prestado atención a quien te está hablando.

<<Eh, tú. Dame un trago>>. No dudé mucho. Al parecer entendía un trago por una lata entera. <<Llevo una noche de perros. Me han echado de cinco bares, ya ves tú, por no pagar. Que hijos de puta. Mírame, mi ropa está más vieja y desgastada que la ética del ser humano. ¿Qué cojones esperaban? ¿Que después de beberme un par de vasos de ron iba a sacar billetes de quinientos de una billetera hecha de pieles de zorro? Y –la cerveza pareció darle cuerda- antes le he pedido fuego a una mujer y ha empezado a gritarme ‘’ ¡Socorro, un violador!’’. Joder, sólo soy un borracho que a veces finge que fuma sólo para entablar conversación con alguien>>. 

Y así pasaron las horas, tan amenas. Seguía lloviendo, el sol iba y venía, el frío era menor en compañía. Casi ni pronuncié palabra, casi ni las pensé. Solamente escuchaba a aquel borracho de turno que, por algún efecto mariposa, había acabado en el mismo banco que yo. Habló y habló. No sabía mi nombre, ni yo el suyo. No era necesario, en absoluto. Y habló y habló. Todo desgracias, una vida complicada. No se avergonzó por llorar y llorar. Excepto cuando hablaba de sus dos hijos. Hablaba, lloraba. Lloraba, hablaba. Y, a veces, reía iluminando el día de felicidad.

Quizás fuera este uno de ellos. Escuchar a un desconocido sin nombre que nunca habías visto y que nunca volverás a ver. Ver como alguien llora desahogándose por una vida perra o por un mal día. Una conversación de uno sólo. Escuchar sin ser egoísta y acabar hablando de los problemas de uno mismo. ¿El sentido de la vida? Los sentidos. Y escuchar sin más a alguien es, quizás, uno de ellos. Uno de tantos.