lunes, 30 de septiembre de 2013

Guerra de mi mundo interior


http://citygonow.com/wp-content/uploads/2011/10/Paisaje-Interior-de-Juan-Guerra-en-el-CICCA.jpg 

Es tarde, o según se mire, es pronto. Pero siempre, que es justo desde este segundo hasta que muera, es buen momento para iniciar una revolución: hablo de guerras, de flores, de mentiras que matan más que balas y puñales con la punta ya ensangrentada. Una revolución de puertas para adentro en la que caigan los enemigos con todo el miedo que un día me hizo temblar; y que a la misma par los compañeros lloren de alegría porque ya queda menos. Hablo de una guerra a gran escala, mundial diría yo. Más concretamente la llamaré "Guerra de mi mundo interior". Ahí dentro hay muchas cosas que deben morir y otras tantas que necesitan crecer y expandirse, porque otra cosa no pero espacio hay de sobra. Va, va, felicidad coja que corres entre pensamientos encadenados es hora de volar, que si no te salen alas pues es hora de empezarlas a dibujar.

Por las noches los fantasmas desquiciados del corazón empiezan a disparar sin ton ni son, a oscuras y entre una gran multitud de pequeñas cositas que pueden llegar a doler demasiado. Y no, no es plan de que el barco se hunda por unas pocas piedras; ni que nos ahoguemos por un poco de lluvia. Ahora y justo ahora, soy yo el que dispara y el que decide cuando se hará de noche. Ahora mando yo, que para eso este es mi mundo y mi guerra.

Es tarde, o según se mire, es pronto. Pero siempre, que es justo desde este segundo hasta que muera, es buen momento para iniciar una revolución: la llamaré "Guerra de mi mundo interior".

miércoles, 25 de septiembre de 2013

La teoría del positivismo de la muerte

Se trafica con la vida. Se trafica con las desgracias, las penas y las alegrías de las personas. Se trafica con los sueños y se venden a un alto precio que nadie nunca nos dijo que íbamos a pagar. La vida es un negocio. Y la muerte es otro. Párate a pensarlo. Alguien muere. Habrá una empresa funeraria que cobrará y unos empleados que alimentarán a sus hijos. Habrá enterradores que puedan darle una vida mejor a sus madres. Maquilladores de muertos que con tu desgracia se pagarán la hipoteca. Vendedores de flores que podrán darse el capricho de llevar a su chica a cenar. Una herencia por la cual se contratarán a notarios y abogados porque ninguno de los hijos estará de acuerdo con la parte que le toca. Todo por la muerte de alguien. Morirse es un negocio, menos para el que se muere.

Es la forma en la que demostramos que en este mundo hasta de lo peor se pueden sacar cosas buenas. Hasta de la muerte se pueden alimentar familias. Es, como tú bien has llamado, la teoría del positivismo de la muerte.

viernes, 6 de septiembre de 2013

La oscuridad me marea



La oscuridad me marea cuando ando. Y hay mucha oscuridad; demasiada más de la necesaria para saber si lleno los pulmones de aire o de veneno. Hace frío, el sol ahí fuera se estampa violentamente contra mi ventana, escupe sobre la persiana bajada sin pararse ni un momentito. La inestabilidad, que es más negra que el cielo en un día de tormenta, da color a las paredes. Me marea. ¡Ah! ¿Dónde…? Parece que estuviera en mitad del desierto con los ojos vendados. Frío y más frío en el alma. 

La desesperación, acompañada de una maravillosa melodía de piano, me susurra entre la nada para que siga el camino que ella ya ha dictado. En mis pies se clavan esos falsos “te quiero” y esos “te echo de menos”; están en los huesos al parirlos y luego alimentarlos de mentiras. Paso a paso; o eso creo, o quiero creer o simplemente los imagino dejando atrás esas huellas que suelen irse tan deprisa como lo hace el oleaje del mar. Por la noche, claro. Y hasta el silencio cruje para dejar de ser silencio por unos segundos. 

La oscuridad me marea, todos los días. Justo ahora, en este instante que acaba de pasar. La cordura se vuelve intermitente. Y descubro que hay algo que hará la oscuridad menos temible y angustiosa. Hay, lo hay y está ahí. La tenía todo este tiempo, no me había percatado. Y ahora es más grave no haberme dado cuenta antes porque es cuando más útil me puede ser. Se hace una luz pequeñita, justo la suficiente para empezar una revolución. Usé mi pequeña arma. Que no, no me hizo ganar pero aún sigo en pie. Desde entonces, cada vez que me mareaba la oscuridad, sonreía. Una sonrisa, la suficiente para empezar una revolución.