Extraño
hombre del espejo,
por
más que te miro
no
te veo,
somos
sombra
el
uno del otro,
sin
un haz de luz
que
baile alegre
entre
nuestros ojos.
Cuchillo
y rabia
entre
los dientes,
¿de
quién es esa sonrisa
tan
apagada
que
llevas por bandera?
Mía
no, seguro, ni tampoco
ese
riachuelo de sangre de la boca
que
riega la arboleda de mi jardín.
Extraño
niño del espejo,
observa
cómo nos crecen
las
raíces entre los dedos
de
los pies, escucha,
aún
con sus miradas secas,
el
piar de los colibríes
que
descansan hermosos
en
las ramas de nuestros hombros.
Déjate
sentir por un segundo,
aunque
seas borrasca
en
pleno verano,
déjate
ser gota del rocío
aún
en el más negro charco,
déjate
ser lluvia sobre los tejados
dónde
lloran los gatos,
déjate,
por un segundo, ser.