martes, 26 de julio de 2011

Tan cerca de lo lejano

Y en el último momento me aferro a una rota cuerda
mas entre la oscuridad juntos caímos al vacío,
mientras abría las ventanas se me cerraba cada puerta
a la vez que ella fuera no sabe ni que he existido.

Cada estrella me ciega y recuerda a ella
el viento me golpea a la par que hiela,
ojala pudiera volar hasta la fría luna
para mirarla a los ojos hasta que duela.

Aturdido en tus brazos siempre me perdía
si la noche me protegía de tus rechazos,
las piedras hoy me hacen la mejor compañía
que no me diste tú en tantos largos años.

Te asustan mis cicatrices de cobarde
por no haberte dicho lo que he callado,
si ahora arrepentido mi corazón arde
me escudo en mi coraza de papel mojado.

Lejos, tan lejos de la dulce libertad
que con violencia ayer me arrebataste,
ahora borracho vago por mundos de locura
donde la felicidad me sonríe esta vez.

viernes, 8 de julio de 2011

El fondo de mi vida (Parte 3/3)

Borrosa era mi visión tras escuchar un leve canturreo que poco a poco se elevaba y que finalmente conseguí distinguir. Era el despertador sonando al más puro Heavy Metal con Saratoga y una de sus baladas que hacen que un simple despertar se convierta en una preciosa mañana. Al menos normalmente era así. Aquel día puse el despertador un poco antes de lo habitual, a las 6 de la mañana. Cuando aún la luna disfruta de sus horas en esta parte de la tierra. Aún en su apogeo y en un pleno estado de forma que me hacía llorar nada más mirarla.

Me vestí de manera sencilla, pantalón corto y una camiseta de Dream Theater que me encantaba, sobre todo por la noche. Bajé hacia la cocina y me preparé un café. Pensé que la vida era ya bastante amarga y puse tres cucharadas de azúcar a aquel amargo vaso, que por otro lado odio el café, pero me espabilaría en cuestión de minutos. Cogí el móvil y las chanclas, y eché a andar hacia la playa. Una agradable brisa golpeaba mi cara con suavidad y mecía mi melena como si fuese una bandera pirata. Aún de noche, llegué a la playa y me senté en la orilla, lo más alejado posible del paseo marítimo donde la gente solía correr sobre esa hora. Observando la luna y el rompeolas que golpeaba inocentemente mis pies provocando una bonita sensación y refrescando, indirectamente, gran parte de mi cuerpo.

Con incertidumbre recordaba lo que días antes me había pasado en esa misma orilla por dos veces. De cuyas heridas y resfriado me había recuperado en pocos días. Pero aquellos acontecimientos nunca se iban a perder, y menos aquel clavel que guardaba bajo la cama y un hueco de mi oxidado corazón. Escuché algo detrás de mí pero no me pareció nada preocupante así que seguí mirando el mar. Apareciste de la nada y te sentaste a mi lado. Eras tú, aquel ángel perfecto… no me cabía ninguna duda, eras tú. El silencio durante aquellos cinco segundos me pareció eterno, hasta me parecía que había dado tiempo para empezar y para terminar una de esas absurdas guerras que solo consiguen destrozar vidas y familias. Ambos, mirando al mar. Sin girarte dijiste “que bonita está la luna”. Yo, sin pensármelo ni un segundo, dije “no más que tú”. Rió. No hubo palabras, no hacían falta.

El ruido del mar y la presencia de la luna eran nuestro medio de comunicación. Aquellas miradas hablaban por si solas. Sin más te metiste en el agua lentamente y me hiciste un gesto con la cabeza para que te acompañase en aquella travesía. Inocentemente me metí sin dudarlo. Empezaste a nadar hacia dentro y yo te seguí. Un nado extenso y placentero, nunca había probado eso de nadar a las seis y media de la mañana. Metiendo la cabeza cada brazada con la mano izquierda y a la vez observándote como nadabas. Parecías una sirena, el ángel que días anteriores era la persona mas hermosa de la tierra ahora estaba nadando. Y como no, su voz era igual que el del canto de una sirena o incluso mejor.

Juntos nadando bajo la luz de la luna que pronto se iba a marchar y que lo sustituiría el sol. Llegamos hasta la boya y de forma paralela y simultánea los dos miramos los últimos coletazos de la dueña y señora de la noche. Volvimos hacia la orilla. Mientras nadábamos, con la cabeza debajo del agua, poco a poco veía unas pinceladas de amarillo cada vez que cerraba los ojos. Me paré en seco, miré hacía arriba y el sol me cegó momentáneamente. Cuando conseguí recuperar la visión mire hacia todos lados y no estabas. Ni en la orilla ni nadando. Pensé que podrías estar buceando durante unos ligeros segundos así que esperé. Pero al cabo de poco me di cuenta de que te habías ido. Ni siquiera encontré el agua de tus chanclas marcadas en la arena. Yo aún en medio del mar me puse nervioso.

Sin explicación me hundía poco a poco y me quedaba sin aire, llegué hasta el arenoso fondo del mar. Miraba el alrededor cuando se empezó a oír algo de fondo. Me sonaba, lo había escuchado otras muchas veces. Me ahogaba y no podía hacer nada. Sin aire, simplemente cerré los ojos y… ¡Joder! Estaba en mi cama sudando, y aquel sonido que escuchaba en el fondo del mar era el despertador sonando una mañana mas (aquella por segunda vez) al mas puro estilo Heavy Metal. Sudando y tembloroso rápidamente me bajé de la cama y miré debajo de esta, comprobando desesperadamente que aún seguía allí el clavel. Estaba tan nervioso y tan sudado que casi caigo al suelo tras resbalarme con el sudor. Efectivamente, estaba allí. Luego miré rápidamente la ventana observando como todavía seguía en pie la luna. Aún seguía sonando la balada del despertador, la apagué e hice el mismo proceso que en aquel sueño. ¿O no fue un sueño?