miércoles, 24 de octubre de 2012

Corral de la humanidad



Pasen despacio y sin hacer ruido al corral
dónde sangran mis nudillos de golpear
las paredes al escuchar tanta verborrea.
Pisen con cuidado no se vayan a hundir en el cieno
dónde se pasan noches enteras los gallos de pelea
por llevar la razón en una discusión de necios.
Ciego va el pastor golpeándose con cada bebedero,
comprobando que el agua no sea veneno
para los pájaros que mueren de sed.

Bienvenidos al corral,
al corral de la humanidad.

Ahí corre el labriego a quemar el verdegal,
con antorchas de fuego que abrigan su ego
a costa de los demás.
Los cerdos se revuelcan en el fango
preparados para dar caza a los perros
que bailan tangos con una sonrisa.
Aguantan bellas las flores que nunca nadie regó,
se siguen quedando en los huesos las malas miradas
que deshilan las alas negras del paredón.

Bienvenidos al corral,
al corral de la humanidad.

viernes, 19 de octubre de 2012

Reflexiones a tiritones




Hoy no va a haber una de esas entradas de poemas absurdos que me hago creer a mí mismo que merecen la pena. No. Hoy va una reflexión que no es menos absurdo que todo lo anterior pero visto que últimamente tengo esto abandonado, he pensado colgar esto y de camino cambio un poco sobre las cosas que escribo. 

En realidad es algo bastante sencillo pero que yo voy a explicar de una forma un tanto peculiar. En resumidas cuentas voy a decir eso de “las cosas saben mejor si antes has sufrido”. Bien, quien no le interese esto que cierre el blog y siga con sus quehaceres. 
La historia es la siguiente: yo en invierno suelo ir a la piscina. Alguno pensará “Oh, que guay. Bañarte en invierno. ¡Qué bien!”. En primer lugar decirte que te des un par de cabezazos contra la pared. Y en segundo lugar invitarte a que vayas a la piscina en pleno febrero, lloviendo, tirarte una hora nadando e irte a tu casa con la ropa medio mojada. Y ya si tienes el pelo largo, como es mi caso, da gracias si no coges un refriado cada dos por tres. Y a todo esto súmale que vas con toda la desgana del mundo. ¡Bieeen!

El caso es que uno de esos días maravillosos de frío fui a la piscina. Dentro de las instalaciones hay dos piscinas: una grande y otra pequeña. La grande está más helada que su puta madre aunque digan “uy, si, está calentita… a 27 º grados”. Eso calentita es en verano, pero no cuando en la calle estás a 0 º grados. Por otro lado está la pequeña que esa si está calentita (aunque siempre corre el rumor de que es porque los niños se mean ahí).  Continuemos. 

A la hora a la que yo voy no suele haber mucha gente en la grande y la pequeña casi siempre está vacía (excepto cuando hay clases de Aquagym con gente mayor, que son la mar de graciosos bailando y te pegan el ritmo los jodíos). Varias veces ya había estado en la piscina pequeña yo solito, con el agua calentita que daban ganas de quedarte ahí hasta que me sacaran a la fuerza. 

Bien, pues ese día al entrar me metí en la grande de primeras como suelo hacer siempre y el frío era descomunal (yo soy muy friolero, a todo esto), hay veces que nadaba simplemente para que no me entrase más frío. Nada más meterme me di cuenta de que la piscina pequeña estaba vacía y podía meterme. Y así fue. Aquí viene el “kit” de la cuestión: la piscina pequeña estaba mil veces más caliente. Muchísimo más que cuando me metía directamente en ella sin pasar antes por la grande. 

Ya está. Esta es la reflexión. Suponed que el agua fría es el sufrir, el llorar y el estar triste; y que el agua caliente es el ser feliz, el sonreír y el vivir. Extrapolar todo esto a la vida cotidiana. Si no me creéis, comprobadlo vosotros mismos. Coger dos vasos o cacerolas y llenadlas de agua fría y agua caliente. 

Ale, a ser feliz camaradas.