Los ruiseñores se balancean sobre mis
costillas,
el mundo se ahoga con cuatro lágrimas y
tiembla,
cuando cada mariposa nerviosa sobre mi
aletea
abriendo con nostalgia todas las heridas,
y es que el amor mata al hombre
por muy fuerte que sea.
Bailamos durante noches sobre el filo de
la navaja
apuntalando las sonrisas en los segundos
de silencio,
esos en los que la vida empieza a tener
sentido
y la marea baja calla para acentuar el
oído,
para que los enamorados lloren
y se den un respiro.
Inmenso, azul y eterno cielo de mil
caras,
sueño que se pinta de negro con la
distancia,
camino recto para una mirada
resquebrajada,
que pasa de amarga a sana con menos de
nada,
amor que mata a ruiseñores que canturrean
con sorna desde la más alta rama.
El colchón del último invierno sigue
sudando tinta
escribiendo en las paredes esas palabras
que murmurábamos a los cuatro vientos,
muriendo de celos en cada nota musical
que interpretan esos ruiseñores,
que de tanto amor andan ciegos.