lunes, 13 de febrero de 2023

La lágrima más bella (Microrrelato)

Me dijiste que no era el lugar, sino la compañía la que escribía en nuestro corazón los buenos momentos. Me lo escribiste en una carta estando en Nueva York, en nuestro primer viaje después de la mayoría de edad de nuestros hijos. Sus partos fueron las tres más bellas obras de amor que hemos dibujado en el mundo. Y cada una de sus sonrisas son los mejores versos escritos.
 
Pero las cosas han cambiado, ellos tienen sus vidas y ahora sólo quedamos tú y yo. Sé que estando aquí, permanentemente a tu lado, no haré que la situación actual mejore. Pero no es sino junto a ti donde quiero dormirme cada noche. El café sabe distinto lejos de tu respirar. La música ayuda a superar los días pero, a veces, cuando estoy triste, dejo la habitación en silencio y apoyo mi oreja sobre tu corazón. Te juro por la vida de nuestros hijos que te escucho hablar con cada latido. Como si fueran sílabas encadenando palabras. Y es tu corazón el mejor narrador posible.

Cuando leo tumbado junto a ti en la cama, en ocasiones lloro incapaz de concentrarme. Este dolor por momentos es tan grande que me siento anulado como persona y como esposo. Intento ser fuerte, cambiar la voz cuando hablo con alguien pero se me antoja harto complicado. Algunos días pesan demasiado.

Echo de menos que me des con el codo en el costado cuando digo algo fuera de lugar. Añoro el sudor del verano en tu espalda y la lluvia de Irlanda haciéndonos tiritar como dos idiotas por olvidar el paraguas en el hotel. Necesito que vuelvas a regañarme por no confiar en la gente, por quedarme dormido viendo una de esas películas insoportables que tanto te gustan. Daría años de vida por ello. Pasear por las calles de Italia mientras haces el ridículo intentando ese italiano tan pobre como mis bizcochos. Volver a nuestro barrio preferido de París, a nuestra querida casa, y armar nuestra propia revolución francesa bajo las sábanas. Visitar a nuestros amigos de la infancia y tomarnos unas copas mientras pones cara agria cada vez que bebes vino. Visitar todos los museos del mundo. Pintarnos el uno al otro y acabar con nuestros cuerpos llenos de pintura. Te echo tanto de menos…

No te voy a engañar: nada ha sido fácil estos últimos seis meses. La tristeza ha desayunado conmigo cada día. Las lágrimas saben amargas. El sol parece alumbrar menos y las noches han perdido un poco de su belleza. He perdido unos pocos de kilos porque mi estómago parece haberse puesto en huelga de hambre hasta que vuelvas. Está siendo un camino muy empedrado.

Eso sí, lo que nunca me he sentido es solo. Tenías razón: no es el lugar, sino la compañía. A tu lado hasta las penurias merecen la pena. Aunque no estés del todo aquí, me asusta que me riñas por olvidarme de nuestro aniversario, así que aquí tienes tu carta de cada año. Encima de la mesa tienes un ramo de hortensias, tus favoritas. Quizá el día de mañana, al no verlas, creerás que te miento. Pero una enfermera es testigo de que no me he olvidado de nuestro aniversario. Dentro del ramo hay un sobre con una entrada de Bruce Springsteen para el concierto de Estocolmo de la próxima primavera.

Mantengo la esperanza intacta a pesar de todo. Créeme, ojalá ese accidente lo hubiera tenido yo. Ojalá no fueras tú la que estuviese en esa cama rodeada de cables. Ojalá fuera mi cuerpo el que estuviese en coma… Pero nos toca aguantar estoicos esta lucha. Juntos. Y si es la muerte lo que nos espera, espero que tenga suficiente fuerza para cargarnos a los dos en su espalda. Más así no será nuestra historia.

Despertarás. Algo me dice que muy pronto. Lo primero que harás será quejarte de lo mal pintadas que están las paredes de este hospital. Después criticarás mi ropa, mi pelo y mi barba. Y lo siguiente será ir a comprarte un vestido de boda porque… ¡Manuel se nos casa! ¡Nuestro hijo se casa! Así que espero que pronto dejes de hacer cuento, dejes de exagerar, abras los ojos y volvamos a vivir. Nuestro camino no se terminará aquí. No hasta que te convenza de que Phill Collins es mejor que Bruce.

Hasta entonces estaré aquí, en esta angosta habitación del hospital, sentado en este sillón junto a tu lado. Mirándote cada rincón de la piel como lo que siempre fue, un enigma a resolver para mí conciencia. Escuchando tu respirar suave como las olas en la orilla. Peinando tu pelo rubio, cortándote las uñas, echándote tu crema para que no se te reseque la piel, bañándote cada mañana con la luz del amanecer entrando por esta ventana que no para de chirriar…

¡Y queda una última sorpresa! Aquí es cuando me darías una colleja por dejar una noticia así para el final. Si hasta en este momento, mientras escribo la carta, pareces respirar enfadada. Ya sabes lo que me gusta hacerme el interesante… ¡¡La niña… va a ser mamá!! ¡¡Y nosotros abuelos!! ¡Será una niña y la llamará como tú! La verdad es que nuestra hija nunca se ha caracterizado por tener buen gusto.

No te diré que te quiero, porque prefiero demostrártelo cada segundo de nuestra vida.

De la vida que tanto nos queda por vivir.

 

PD: He estado escribiendo esta carta entre lágrimas durante dos semanas, sin estar seguro de qué decirte. La había dado por terminada, pero ha ocurrido algo. He llorado la lágrima más bella de mi vida: cuando has movido la mano.