Hoy no va a haber una de esas entradas de poemas
absurdos que me hago creer a mí mismo que merecen la pena. No. Hoy va una
reflexión que no es menos absurdo que todo lo anterior pero visto que últimamente
tengo esto abandonado, he pensado colgar esto y de camino cambio un poco sobre
las cosas que escribo.
En realidad es algo bastante sencillo pero que yo
voy a explicar de una forma un tanto peculiar. En resumidas cuentas voy a decir
eso de “las cosas saben mejor si antes has sufrido”. Bien, quien no le interese
esto que cierre el blog y siga con sus quehaceres.
La historia es la siguiente: yo en invierno suelo ir
a la piscina. Alguno pensará “Oh, que guay. Bañarte en invierno. ¡Qué bien!”.
En primer lugar decirte que te des un par de cabezazos contra la pared. Y en
segundo lugar invitarte a que vayas a la piscina en pleno febrero, lloviendo,
tirarte una hora nadando e irte a tu casa con la ropa medio mojada. Y ya si
tienes el pelo largo, como es mi caso, da gracias si no coges un refriado cada
dos por tres. Y a todo esto súmale que vas con toda la desgana del mundo. ¡Bieeen!
El caso es que uno de esos días maravillosos de frío
fui a la piscina. Dentro de las instalaciones hay dos piscinas: una grande y
otra pequeña. La grande está más helada que su puta madre aunque digan “uy, si,
está calentita… a 27 º grados”. Eso calentita es en verano, pero no cuando en
la calle estás a 0 º grados. Por otro lado está la pequeña que esa si está
calentita (aunque siempre corre el rumor de que es porque los niños se mean ahí).
Continuemos.
A la hora a la que yo voy no suele haber mucha gente
en la grande y la pequeña casi siempre está vacía (excepto cuando hay clases de
Aquagym con gente mayor, que son la mar de graciosos bailando y te pegan el
ritmo los jodíos). Varias veces ya había estado en la piscina pequeña yo
solito, con el agua calentita que daban ganas de quedarte ahí hasta que me
sacaran a la fuerza.
Bien, pues ese día al entrar me metí en la grande de
primeras como suelo hacer siempre y el frío era descomunal (yo soy muy
friolero, a todo esto), hay veces que nadaba simplemente para que no me entrase
más frío. Nada más meterme me di cuenta de que la piscina pequeña estaba vacía
y podía meterme. Y así fue. Aquí viene el “kit” de la cuestión: la piscina
pequeña estaba mil veces más caliente. Muchísimo más que cuando me metía
directamente en ella sin pasar antes por la grande.
Ya está. Esta es la reflexión. Suponed que el agua
fría es el sufrir, el llorar y el estar triste; y que el agua caliente es el
ser feliz, el sonreír y el vivir. Extrapolar todo esto a la vida cotidiana. Si
no me creéis, comprobadlo vosotros mismos. Coger dos vasos o cacerolas y llenadlas
de agua fría y agua caliente.
Ale, a ser feliz camaradas.
Maldito gandul, yo quería un poema!
ResponderEliminarMe has arrancado un par de sonrisas, con eso de la piscina, los niños chicos y los abuelos. Espectadores del Gran Prix, en resumen.
Y tienes toda la razón: sean sensaciones físicas o estados mentales, todo sabe mejor después de una mala racha. Seguramente sea como recompensa, para que veas que todo lo malo pasa y lo bueno ha merecido la espera (y la pena)