viernes, 6 de septiembre de 2013

La oscuridad me marea



La oscuridad me marea cuando ando. Y hay mucha oscuridad; demasiada más de la necesaria para saber si lleno los pulmones de aire o de veneno. Hace frío, el sol ahí fuera se estampa violentamente contra mi ventana, escupe sobre la persiana bajada sin pararse ni un momentito. La inestabilidad, que es más negra que el cielo en un día de tormenta, da color a las paredes. Me marea. ¡Ah! ¿Dónde…? Parece que estuviera en mitad del desierto con los ojos vendados. Frío y más frío en el alma. 

La desesperación, acompañada de una maravillosa melodía de piano, me susurra entre la nada para que siga el camino que ella ya ha dictado. En mis pies se clavan esos falsos “te quiero” y esos “te echo de menos”; están en los huesos al parirlos y luego alimentarlos de mentiras. Paso a paso; o eso creo, o quiero creer o simplemente los imagino dejando atrás esas huellas que suelen irse tan deprisa como lo hace el oleaje del mar. Por la noche, claro. Y hasta el silencio cruje para dejar de ser silencio por unos segundos. 

La oscuridad me marea, todos los días. Justo ahora, en este instante que acaba de pasar. La cordura se vuelve intermitente. Y descubro que hay algo que hará la oscuridad menos temible y angustiosa. Hay, lo hay y está ahí. La tenía todo este tiempo, no me había percatado. Y ahora es más grave no haberme dado cuenta antes porque es cuando más útil me puede ser. Se hace una luz pequeñita, justo la suficiente para empezar una revolución. Usé mi pequeña arma. Que no, no me hizo ganar pero aún sigo en pie. Desde entonces, cada vez que me mareaba la oscuridad, sonreía. Una sonrisa, la suficiente para empezar una revolución.

No hay comentarios:

Publicar un comentario