domingo, 12 de junio de 2011

Burbujas de dolor (Parte 1/3)

Ahogado en mi propia decepción paseaba por las orillas de aquel oscuro y silencioso mar. Mojándome las zapatillas y un poco los pantalones, pero me daba igual. Cada ola que golpea despacio mis piernas, eran como olas muy agresivas de razones y motivos por los cuales debía llorar.

Aquella playa se me hizo eterna, cada paso que daba eran como mil horas en mi mundo, y un segundo en el mundo de los demás. Cada piedra que cogía la tiraba al mar con rabia, con tanta rabia que mis brazos se quejaban constantemente, pero no les hice caso. Sentía como si al llegar al otro extremo de la playa se acabaría todo, que mas daba el dolor antes de llegar. Miraba las estrellas mientras andaba un poco más lento para evitar tropezar y bañarme por completo, y sentía que cada estrella era como un puñal que la vida me había clavado por la espalda y por el pecho, como si con tan solo mirarlas se me pararan todos los órganos del cuerpo. Seguí andando sintiendo frías gotas rozando y cayendo por mis mejillas. Parecía que el tiempo se paraba y las olas de escasa altura se convertían en olas del tamaño del muro de Berlín, pero solo parecía, de modo que no era real. Cansado de todo aquello quise gritar con todas mis fuerzas (las pocas que me quedaban, o quizás las únicas que siempre tuve), pero lo quería hacer sin llamar la atención.


Me metí en el agua poco a poco, sin darme cuenta o mejor dicho, ignorando que aún tenía la ropa puesta. Me metí hasta que el agua me llegaba al pecho y sintiendo como aquellos vaqueros se ajustaban incómodamente a mis piernas y como la camiseta negra seguía el mismo camino conforme me adentraba en el agua sin mirar hacia atrás.

Llegué hasta el cuello (parte de mi pelo ya estaba mojado) sin pensármelo dos veces me sumergí en el agua por completo y de una manera (que ni yo mismo sabía que podía sacar fuera de mi cuerpo)… grité. Grité con toda la fuerza de mi corazón e incluso abrí los ojos para ver las burbujas subir como agujas asesinas hacia la superficie. Sentí como me quedaba sin aire, salí con la cabeza inclinada ligeramente hacia atrás para echarme los pelos hacia atrás y poder ver. Me picaban los ojos, mucho. Miré el alrededor de mi cuerpo y viendo como aún quedaban restos de aquellas ondas producidas por las burbujas, volví a tomar aire profundamente y me volví a sumergir en el agua.


Pero esta vez fue distinto, sentía como si cada pez (o cosa que se movía por allí) me apoyara de manera absoluta. Encogí las rodillas y los pelos se me paseaban indiscretamente por la cara, pero de nuevo volví a gritar. Gritaba con todo el odio de mi corazón, como si cada grito que diera, fuese uno de esos puñales de aquellas estrellas. Miré hacia arriba (sin parar de gritar) y vi borrosamente puntos blancos mas allá de la superficie, distinguiendo estrella de estrella y sentí como si todas me miraran a los ojos. Aunque no lo viera, seguía llorando bajo el agua, lo sentía en mi corazón congelado. Me volvía a quedar sin aire y salí. Me sentía más ligero y algo mejor.

Fui hacia la orilla sintiendo como los vaqueros y la camiseta negra pesaban toneladas. Una vez allí y sin fuerzas alguna di unos pasos (los suficientes para que las olas no rozaran mi mojado cuerpo) y me caí como si una roca de trescientos kilos cayera sobre mí. Frío, sentía mucho frío. Pero de algún modo aquella rabia y aquel dolor calentaban mi cuerpo. Sentía el frío, pero lo soportaba fácilmente. Volví a levantarme y seguí andando observando a la luna. El extremo de aquella playa seguía lejos, muy lejos. Mis ojos seguían picándome y apenas veía ya que algunas gotas del mar se me quedaron en los ojos, pero me di cuenta de que no era así. Seguía llorando y por eso no veía. Me senté de nuevo en la orilla y tirititando observaba aquel mar que era testigo de mi rabia y dolor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario