viernes, 13 de enero de 2012

Sincronización mental

Sincronización mental. Dolor y una luna menguante digna de ser fondo de una batalla épica o de sexo entre desconocidos. Así paseaba con torpeza mi cuerpo por la playa. Mil pensamientos y nubarrones sobre el cielo. Llovizna. No, llueve. O mejor aún, un aguacero de esos melancólicos. De los que al empaparte toda la ropa te calientan el alma. De esos que desearías compartir con alguien, de esos que cada gota que cae sobre el suelo encharca el camino. Me siento sobre un banco de esos ya desgastados por el tiempo. Y a partir de ahí intento pensar. Sincronización mental. Dolor y una luna menguante ya casi invisible.


Traté de imaginar. Dando rienda suelta a esa parte de mi cerebro que tanto uso y que ni siquiera sé si existe o si tiene nombre. Miraba los alrededores. Hierbecilla salía del suelo, la mar tan calmada como un lunes de resaca, las estrellas ausentes. Seguía el aguacero y de algún modo me sentía aislado. Protegido, nadie molestaría. Sincronización mental y momento de dejar de ser alguien opaco aunque sea por una noche.


Traté de imaginar. Me pregunté quién sería la persona idónea para acompañarme en ese banco incómodo bajo ese llover tan inspirador. Miro la luna con rapidez y cierro los ojos. Sincronización mental. ¿Quién sería la persona perfecta con la que hablar? ¿O con la que hablar sin palabras? En ese momento oía algo moverse delante de mí. Abrí los ojos. Un perro. Mojado, triste, cansado y con una pata lastimada. Me recordaba a alguien. Lo subí al banco, me quité la chupa de cuero y se la eché por encima con toda la entereza que mis ‘titiritones’ me dejaban. Lo acaricié tanto como pude. Le miraba a los ojos y él miraba los míos. Igual no era una persona lo que yo desearía tener como compañía aquella noche. ¿Hay más paz en este mundo que la tranquilidad y dulce sensación de cariño que da un perro?


Igual ya tenía la respuesta. Pero quería ir más allá. Quería pararme a pensar en una persona. Sincronización mental. Alguien con quien hablar cerveza en mano (o calimocho, si es posible). Un alguien que aquel aguacero le sonase tan a melodía como a mí, un alguien con quien hacer de una noche algo para siempre. ¿Un amigo? ¿Una amiga? ¿Un familiar? ¿Un desconocido? Lo único que tenía claro sobre aquello es que nunca sabría la respuesta por más que la buscase. Sé de mí, de lo que yo querría. Pero no sé sobre ese desconocido ni mucho menos sobre lo que querría.


Buscaba alguien con quien hablar de si es cierto eso de que los caracoles guardan sus recuerdos en su concha. De tener el sueño de alimentar leones marinos. Alguien con quien hablar, alguien con quien sincronizar. Alguien con quien hablar sobre si los tiburones aman y si las ballenas se dejan ser amadas. De si realmente en los momentos importantes nunca se habla, de si es cierto que las lágrimas más amargas son las que nunca se lloran. De si es verdad que hay alguien capaz de mirar el interior, de rebuscar, sacar entrañas y sentimientos de un cuerpo torpe. Alguien con quien debatir si es cierto que se puede hacer habitable un pozo de miseria emocional.


Alguien con quien hablar de la felicidad en todos sus aspectos. Cuestionarla, insultarla e intentar entenderla para poder conseguirla. Alguien con quien hablar de la tristeza, de la soledad, del tiempo, de lugares, de momentos, de paz y de guerras. Alguien con quien llorar y reír. Alguien con quien hablar sobre la muerte. Alguien con quien pasear a aquel perro aquella noche de aguacero y con una luna menguante invisible. Alguien con quien hablar sobre la vida.


Lo sé, estoy loco. Pero así es mi mundo.

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