No disparen
al pianista. Párense delante de él y pregúntenle por qué toca cada día peor.
Por qué el retumbar de sus lágrimas contra el suelo es una nota más en su
partitura del silencio. Pregúntenle por qué hay ciertas teclas que no toca,
párense a pensar por qué teme tocarlas por si alguno de ustedes le dispara a
quemarropa. No disparen al pianista. Que alguien se pregunte por qué toca
borracho cada viernes y de resaca cada sábado y domingo. Igual tiene
respuestas, explicaciones que le den sentido a todo. No disparen al pianista,
torturen al resto de la banda por no saber seguir el ritmo, por no dar abrazos
en cada paso bien dado, en cada partitura bien interpretada. Disparen al
violinista por cabrón, al de la flauta por egoísta, al del violonchelo por narcisista
y al director por manipulador. No disparen al pianista, que igual la culpa de
que toque mal es de ustedes por apuntarle con una pistola. En todo caso,
dispárense ustedes.
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