Discúlpame, ya cargo
yo con la culpa
de nuestro querer,
será mi espalda la
que soporte
el enjambre de tus
colmenas
mientras mis
mariposas,
muertas de hambre,
apuñalan mi vientre
y mi sangre busca
venas
pa correr.
Despacio, aún no he
recobrado el equilibrio,
de tantos gajos de
cordura
esparcidos por el
suelo,
de calaveras custodiando
las viejas heridas,
de ponerme mis
adentros del revés.
de los demonios
encabronados
que ayer puse de
rodillas
y hoy vuelven a
renacer.
Yo y mi otro yo,
el muy cabrón,
a cuchilladas por el
mismo territorio,
con la mentira por
bandera.
Y si me dejo ser a mí
mismo,
sembraré esquejes de
sonrisas
en mi iris soñoliento
donde cada mañana la
vida
pare una nueva
aurora.
Bailaremos descalzos
sobre los trigales
bajo nuestra propia
tormenta,
mientras el verbo empieza
a ser verso
por sí mismo,
la huella deja de ser
un paso
para convertirse en
el propio camino,
y cada charco se hace
océano
dónde navegaremos con
nuestros
mejores barcos
hundidos.
Déjame ladrarte, perro
traidor,
déjame esculpirte a
navajazos
una media lágrima en
ese rostro caído,
que los gritos de mi
eco aún siguen vivos,
a pesar de que de mi
pelo cuelguen
retazos de nubarrones
cosidos
a mano por mí,
y por mi otro yo,
y por mi otro yo,
el muy cabrón.
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