He quemado de arriba abajo el colchón,
de repente he empezado a correr
por mis pensamientos
y he perdido el norte,
me escondí entre tanto amor y miedo
y ahora no me encuentro
entre tanto desorden.
No quepo en mi, empequeñezco,
tan pronto me arrastro
tan bajo como una mentira a los ojos,
tan pronto alzo el vuelo
tan alto como los mirlos más libres.
En esta habitación
el recuerdo se vuelve humo, impasible,
un cuerdo pidiendo permiso
para realizar lo imposible,
sueños que caen de uno en uno,
cicatrices que escriben su propia
historia,
un gusano de seda que desea convertirse
en mariposa,
una rosa con espinas que se quedó en
semilla,
un viento que se levanta dando
guantazos a ciegas,
una despedida que hace de la llama
ceniza
recorriendo un escalofrío por la
espalda,
un pianista luchando a navajazos con la
soledad,
un héroe venido a menos rasgándose las
entrañas
persiguiendo a la felicidad de rama en
rama
solo para alcanzar por un segundo su
sombra.
Y de repente mi caminar
se convierte en un camino,
en tranquilidad, en un grito al mundo,
en un baile pisando charcos,
en una espera que merece la pena,
en una mirada que recobra su brillo,
en un reír convertido en canción,
y en un abrazo grisáceo que cobra el
azul añil
de la sed del necesitado,
en mi interior mi niño está rabiando
de ganas por romper cadenas,
y me convierto en una partitura por
escribir
y por borrar lo escrito hasta que
sangren mis venas,
en pasos que se tambalean bajo el sol
y aún así cada huella se hace un
camino,
me convierto en un violinista que
estampa el reloj
contra todas y cada una de las ventanas
porque ahora soy yo el que impone el
ritmo
de mis llantos y de mis carcajadas,
y me vuelvo loco siendo la carne y el
hueso
que protege mi pecho de las embestidas,
me convierto en latido, en pulsaciones,
en magma y en trueno de mares
encabronados,
en las zarpas de los tigres que rugen y
zarandean
hartos de sentirse enjaulados en
lenguas ajenas,
me vuelvo la raíz que no espera que
llueva
para crecer, para creer poder tocar el
cielo
con la yema de mis dedos,
y me coso mis secretos detrás de la
barba
para que la realidad no se entere.
Y la realidad me tuerce el gesto,
insegura,
paseando por las calles de Granada
una sonrisa ensangrentada
desde el alma hasta sus comisuras.
Que aún arrastrando las piernas
vivo con la cabeza bien alta,
y quiero con la rabia de mil tormentas
aunque duela, porque en mi corazón
siempre hay hueco para una herida nueva
si es por las personas que amo.
De repente a la palabra le asusta el
silencio,
entre las líneas de estos versos
baila mi voz alegre y desnuda.
Aún no he muerto.
Y lo que es mejor:
sigo vivo.
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