viernes, 7 de noviembre de 2014

Aún no he muerto






He quemado de arriba abajo el colchón,
de repente he empezado a correr
por mis pensamientos
y he perdido el norte,
me escondí entre tanto amor y miedo
y ahora no me encuentro
entre tanto desorden.
No quepo en mi, empequeñezco,
tan pronto me arrastro
tan bajo como una mentira a los ojos,
tan pronto alzo el vuelo
tan alto como los mirlos más libres.

En esta habitación
el recuerdo se vuelve humo, impasible,
un cuerdo pidiendo permiso
para realizar lo imposible,
sueños que caen de uno en uno,
cicatrices que escriben su propia historia,
un gusano de seda que desea convertirse en mariposa,
una rosa con espinas que se quedó en semilla,
un viento que se levanta dando guantazos a ciegas,
una despedida que hace de la llama ceniza
recorriendo un escalofrío por la espalda,
un pianista luchando a navajazos con la soledad,
un héroe venido a menos rasgándose las entrañas
persiguiendo a la felicidad de rama en rama
solo para alcanzar por un segundo su sombra.

Y de repente mi caminar
se convierte en un camino,
en tranquilidad, en un grito al mundo,
en un baile pisando charcos,
en una espera que merece la pena,
en una mirada que recobra su brillo,
en un reír convertido en canción,
y en un abrazo grisáceo que cobra el azul añil
de la sed del necesitado,
en mi interior mi niño está rabiando
de ganas por romper cadenas,
y me convierto en una partitura por escribir
y por borrar lo escrito hasta que sangren mis venas,
en pasos que se tambalean bajo el sol
y aún así cada huella se hace un camino,
me convierto en un violinista que estampa el reloj
contra todas y cada una de las ventanas
porque ahora soy yo el que impone el ritmo
de mis llantos y de mis carcajadas,
y me vuelvo loco siendo la carne y el hueso
que protege mi pecho de las embestidas,
me convierto en latido, en pulsaciones,
en magma y en trueno de mares encabronados,
en las zarpas de los tigres que rugen y zarandean
hartos de sentirse enjaulados en lenguas ajenas,
me vuelvo la raíz que no espera que llueva
para crecer, para creer poder tocar el cielo
con la yema de mis dedos,
y me coso mis secretos detrás de la barba
para que la realidad no se entere.

Y la realidad me tuerce el gesto, insegura,
paseando por las calles de Granada
una sonrisa ensangrentada
desde el alma hasta sus comisuras.
Que aún arrastrando las piernas
vivo con la cabeza bien alta,
y quiero con la rabia de mil tormentas
aunque duela, porque en mi corazón
siempre hay hueco para una herida nueva
si es por las personas que amo.

De repente a la palabra le asusta el silencio,
entre las líneas de estos versos
baila mi voz alegre y desnuda.

Aún no he muerto.
Y lo que es mejor:
sigo vivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario