martes, 17 de mayo de 2011

Conversando con la muerte

Tranquilo, como un viernes cualquiera, andaba sobre la fina arena de la orilla de aquel mar. El agua fría, tan dulce y silenciosa. Intentaba ordenar mis ideas a cada paso que daba, pero todas acababan muertas en el rompeolas. Solo, como un viernes cualquiera, deambulaba bajo aquella enorme luna. Un triste loco, sólo era eso. Más no me importaba serlo, solo los infelices niegan con rotundidad no sentirse locos. Que más da. Decidí sentarme dejando que el agua mojase mis pies y se deslizase entre mis cansados dedos. Cerré los ojos, escuchando el mar, sintiendo la luz de luna en mi cara… dulce placer.

Alguien me llama por mi nombre. Sorprendido abro los ojos. ¿Y el mar? ¿La luna? ¿La arena? ¿Quién me había quitado tan preciados placeres? Observé mí alrededor. Era una habitación solitaria, vacía. Estaba sentado en una silla, muy cómoda. No había muebles ni siquiera una puerta. Sólo una pequeña ventana daba permiso a la luz para entrar e iluminar aquel habitáculo. No estaba solo, otra figura allí hacía que su sombra tocase con la punta de los dedos la mía. No daba crédito. Envalentonado, decidí entablar una conversación.

- ¿Hola? ¿Qué hago aquí? ¿Quién eres?

- Tranquilo, estamos en tu mente. Y soy la muerte, pero no te asustes, no ha llegado tu momento – contestó con la naturalidad con la que el viento golpea nuestro pecho.

- ¿Qué? Pero si eres… -atrancaba se en mi boca la palabra- normal. ¿Y tú famosa guadaña? ¿Tu traje negro? No puede ser, tienes cara y cuerpo, eres tan normal.

- No soy una persona, lo que ves solo es la representación que tú tienes sobre mi. No hay guadaña, ni capuchas, ni sangre en mis manos. No hay nada que no quieras ver – decía mientras con sus dedos golpeaba suavemente la silla creando un ritmo lento y apetecible.

- ¿Vienes del infierno? – pregunté mientras seguía el ritmo de sus dedos.

- No existe. No existe el cielo y no existe el infierno. Esos lugares solo son el invento de la imaginación. Algo que creéis que existe para pensar que una vez muertos, cada uno recibe su merecido. Absurdo y falso al mismo tiempo. El único mundo que existe es donde vivís y constantemente intentáis crear otros mundos olvidando que ya tenéis uno, el único.

- ¿Y Dios? Dime que tampoco existe, hazme sentir más idiota aún – cargué de rabia aquellas palabras.

- ¿Dios? Tratáis al Dios equivocado. Creéis en él como la persona que lo controla todo. El creador de todo lo creado y el dueño del futuro. Amo y dueño de los milagros –se paró, rió, respiró y mirando a la luz de la ventana continuó- pero no de las desgracias. Dios no es una persona, solo es esa pequeña parte de nosotros que cree que todo puede funcionar. Dios es lo que vosotros llamáis esperanza. – hablaba con tal claridad que necesitaba pensar sus palabras para entenderlas -. Lo más cercano al concepto de Dios es la naturaleza. Sabia siempre ella, bendita madre tierra. Cada bosque que se quema hace derramar lágrimas a la naturaleza. ¿Apocalipsis? El fin del mundo lo estáis provocando vosotros sin respetar la naturaleza. No disfrutáis los océanos sin matar sus vidas, no observáis los bosques sin talar sus árboles, no miráis las estrellas sin destrozarlas.

- ¿Quieres decir que tenemos miedo a la agonía del mundo? – pregunté, asustado por las riendas de la conversación.

- Quiero decir que lo matáis mientras rezáis por su alma. Taláis su corazón mientras lloráis pidiendo perdón. Los ángeles inventaron la agonía, el miedo a ella fue obra de los demonios – dijo al tiempo que la ventana se hacía un poco más grande.

- No… no lo entiendo – comenté balbuceando.

- Tratar de entenderlo significa perder tiempo que podrías aprovechar en disfrutarlo. Aceptarlo y luego entenderlo es la fórmula del fracaso, y en pequeños casos, del más dulce éxito. – verdad que se me talló en el corazón según la iba diciéndola.

Amargas verdades decía aquello. Sacó de las mentiras en las que vivimos todo su jugo, vaciándolas cual riachuelo vacía sus aguas en el mar. Tenía razón aquel que dijo que no hagamos preguntas si sus respuestas podían no agradarnos. Mal todo. Mientras aceleraba el ritmo de sus dedos la luz de la ventana ganaba fuerza, alumbrando aquel lugar.

- ¿Tan mal te parezco? – preguntó mirando mis ojos

- No eres bebida de buen trago.

- A veces el veneno te hace reaccionar y las heridas son las que te hacen levantar. Además, algunos me eligen a mí antes que la vida – lanzó aquello con tanta fuerza que traspasaría mil jabalíes.

- ¿Suicidio? ¿Eutanasia? Algunos lo tratan de cobardía, otros evitan tratarlo – valientemente solté aquellas palabras.

- Intento decirte que no soy lo peor. Solo soy lo único que no tiene remedio, no tengo vuelta atrás. Sólo soy la manzana podrida que tarde o temprano todos probaréis. Pero no soy lo que mas duele, hay cosas peores que suelen tener solución.

- Quizá sepa a lo que te refieres, pero eso es algo que no podremos evitar.

- Solo vosotros podéis… - dejó de hablar.

Aquella luz se volvió enorme, cegándome por completo. Aturdido, abrí los ojos. Estaba de nuevo en la orilla del mar. ¿Dónde había estado? ¿Qué quiso decirme? ¿A que vino todo eso? Mientras andaba por aquellas arenas, pensaba en todo lo que oí intentando darle un sentido.

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