martes, 13 de noviembre de 2012

Humo



Humo en la cabeza. Nada está claro mientras las astillas de la madera con la que golpeas el mundo se te clavan en los dedos y te impiden secarte las lágrimas calientes. No sientes nada, nada que no sea querer huir de la nube negra que te persigue hasta el rincón más silencioso de la noche. Es como si el humo de un gran incendio provocado en lo más adentro del inquieto corazón llegara hasta la cabeza haciendo imposible continuar, sin dejar ver las cosas con claridad. Y sólo dan ganas de correr tan rápido que duelan las piernas para seguir que sigues vivo, tan rápido que el viento que entra por los ojos pudiera despejar la humareda interna de los pensamientos, tan rápido que la sangre de los pies descalzos te haga sentir que aún quedan cosas por sufrir. Molestan las voces y molestan las palabras que vuelan por el aire. Molestan las miradas que fingen ser anónimas, que fingen no ser de nadie. Las astillas de los dedos cada vez más dentro, el mundo cada vez más inquebrantable. Y aún de ese incendio quedan ascuas, y el humo es cada vez más blanquecino. Y aún siguen doliendo las piernas, sangrando los pies; porque aún sigo vivo.

2 comentarios:

  1. Parece que eso es la vida: sangrar hasta que dejamos de hacerlo; sufrir hasta que dejamos de hacerlo. Y todo sin una razón más que ese ser mismo: el sangrar.

    Ay. Cuidado con los malos humos.

    Un saludo :)

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  2. Sangrar hasta dejar de sangrar. Sí, más o menos eso es la vida.

    Un abrazo, camarada.

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