Foto: Mónica Poncelas (@Slayertxu)
Ella era la directora de esta orquesta. Ha puesto el escenario y ha afilado
los instrumentos. Ha bailado con las batutas sobre sus manos y ha hecho volar
las notas sobre el aire. Ha dirigido la orquesta con maestría y ha cambiado a
su antojo las partituras: en clave de sol, en clave de fa, en clave de do, en
clave de ella y en clave de yo.
Aunque en el último momento los instrumentos estaban empezando a desafinar.
Las notas de las partituras empezaban a marearse y a sangrar con cada palabra.
Y trato de ayudar, de entenderla. Trato de que llore sobre mi hombro y que
me golpee el pecho si lo necesita. Y no puedo. Y pienso en todo lo que me
rodea. Y pienso en cómo piensa ella para quererla desde dentro. Y me doy asco
por no conseguirlo.
Y el concierto acaba mal. La directora de orquesta me ha tirado las batutas
a la cara con hostilidad y no las he esquivado. Ha subido el volumen y me ha
dejado sordo. Me ha echado del teatro de su vida y ahora quiere tocar sola.
Quiere ensayar sola. Sin mí.
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