sábado, 7 de abril de 2012

El ego de su soledad

Camina, triste y erguida, sobre la orilla

se perderán sus lágrimas en el rompeolas

tras arañar sus mejillas de porcelana,

llora siempre a solas, sin ser oída,

sin ser vista, sin ser abrazada

aún camina, prisionera del relente.

El ego de su soledad crece pero no revienta

cuando se ve entre tantas personas

sin poder acariciar a nadie.

Se partió los labios de tanto besar el fracaso,

de follar en un mundo de leones salvajes

que fingen ser mansos y se crean casas

ocupando con desgana las sombras bajo sus bragas.

Ya no quiere pintar corazones con sangre

ni amores resquebrajados por el frío

de un invierno que se muere de hambre

y que peca de impuntual cuando juega a desollar sus ojos

por el dolor de arrastrar tanta cadena.

Camina pero se ha perdido, sus pies agrietados.

Camina pero ya sin sentido, busca un camino

guiada por la cocaína y el vino,

que tortura a su niña interior.

La princesa derribó su castillo con piedras y derrotas,

que sabe que aunque muera las heridas aún duelen

si ahora es la reina de la esquina de su callejuela

que vende su cuerpo al mejor postor

para que pisotee su jardín.

Dolor. Angustia. Tormenta después de la tormenta.

Camina, erguida y con el maquillaje corrido

de vivir en una marea de sentimientos y estiércol,

de cobijarse en una ventisca violenta

que alimenta su odio hacia su suerte

mientras se retuerce de dolor en la punta de la navaja.

Se rompieron sus tacones de aguja de tanto andar

al borde de la cuneta buscando voces con ronquera

que, a empujoncitos de nanas, le lleven hasta su poeta.

Arde su estómago de tanto tragar platos vacíos rebosados,

de atragantarse con la hiel de las noches,

de morir durante días y resucitar durante segundos;

y viceversa.

Una prostituta sola entre tanta multitud.

Para el espejito ya no es la más guapa del lugar

y ella quiere que nadie hable, que nadie levante la voz

por encima del silencio, que entre un tronar dulce y lento,

bajo jirones del cielo, trata de olvidar quién es.

Camina, triste y erguida, sobre la vida,

dormirá bajo su caparazón de barro

dónde no la lluvia no entumezca su corazón.

Quiere bailar con cisnes y dormitar con sirenas,

quiere romper los relojes que se le clavan en la espalda,

que se le enquistan en las venas.

Quiere agarrarse a la cola del viento sólo un momentito

para volar entre sueños que a destajo se desnudan

y se olisquean despacito cuando sudan veneno

en el resquicio de la ventana.

No le importa morir, ¿y qué más da?

Si no tiene nada que perder, nada.

Está cansada de esa soledad visceral que ahoga

con saña y con sorna sus ganas de aletear

cada noche por la ciudad.

Dolor. Sangre en los labios. Heridas en el alma.

Camina, triste y erguida, sobre la orilla

se perderán sus lágrimas sobre las olas,

mecerá la brisa su melena.

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