sábado, 21 de abril de 2012

Jardín


Marchitaron los claveles rojos sobre su pecho
mientras los agarraba con fuerza en sus manos,
y a ratos lloraba por la mala vida de ese jardinero
que tan borracho y de vida lleno, arrastraba sus cadenas
por el jardín de los desgraciados.

Crisantemos cansados tras una lluvia poco sosegada
aguantaban los jirones brillantes de su pelo,
dejando libre su cara para besos y miradas
que desde más allá de los muros de su huerto
le mandara su jardinero.

Bebe  la vida a tragos rápidos los domingos
bajo la ventana rota de su bella flor,
que nunca fue plantada en campos de tierra mojada
que no fue más que su amor, nada más que una nada
que el joven borracho amaba.

La echa de menos en cada tropezar, en cada caída.
Ahí va, a estrellarse de cabeza contra los nenúfares del estanque
buscando su sonrisa, entre las gotitas de sangre
de las rosas rojas con espinas que recoge en invierno
y que siempre florecen tarde.

Sorbo a sorbo se muere de sed a la sombra de su tristeza,
con un sombrero hecho de piedra duerme en la rosaleda
en la parte de atrás del huerto donde se seca la tierra
de tantas lágrimas de un desgraciado jardinero,
que muere a su vera.

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