Clamas
libertad desde jaulas de polvo,
de barrotes
de barro hechos bajo el aguacero,
con alas
ennegrecidas de tanto enfangarte
buscando en
los charcos un agujero
donde poder
disparar lágrimas de cocodrilo.
Gritas, tan
alto como llegan tus pulmones,
preguntando
porque la felicidad te evita,
mientras con
punzones oxidados esculpes
en las estatuas
viejas del jardín una sonrisa
que se haga
eterna.
Tan eterna
como el odio del demonio
sobre ti, por
huir.
Clamas
libertad mientras la estás pisando,
entristecido
por ella.
Tan eterna
como el amor del cachorro hacia su madre
que se pelea
hasta con el aire, para alimentarlo.
Tan eterna
como el bailar de las olas sobre la orilla,
tan eterna
como el camino del trotamundos.
Gritas, tan
alto como llegan tus pulmones,
pidiendo algo
que te impide ver la ceguera,
pidiendo esa
sonrisa y libertad eterna
que pretendes
tocar sin salir de tu madriguera,
sin salir de
ese agujero bajo tierra
en el que siempre
es de noche,
en el que
siempre es invierno.
Tan eterna
como el odio del demonio
sobre ti, por
huir.
Clamas
libertad mientras la estás pisando,
entristecido
por ella.
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