Se deslizan
sobre la arena bajo el relente de la luna y una luz poco apaciguada por el
rumiar de las olas, que tristes gritan mientras sobre sus crestas caen las últimas
lágrimas. Bailan. Juegan a que el suelo quema y no paran de sincronizar sus
pies al son del latir de sus corazones. Sin partituras, sin instrumentos, sin
voces ni el silbar del viento. Bailan como si no hubiera mañana. No hay más
noches que esta ni más miradas que las que sienten en esos mismos segundos. Empieza
a llover con violencia y el golpear de las gotas se convierten en los coros de
los latidos, del último vals. La otra cara de la luna se muere de celos por
verlos que ni siquiera la nada corre entre sus cuerpos, que mientras bailan en
la playa sus pies van dibujando los versos más bellos jamás escritos. Casi sin
querer, lloran sin hacer ruido. Lluvia y lágrimas para el escenario perfecto
del último vals. Abrazados, fuerte como si mañana no hubiera un mañana más real
que esa noche. Tan abrazados que ni la nada corre libre entre ellos. Bailan
como si esa fuese la última oportunidad de sincronizar sus pies, como si esos
fueran los últimos besos. Y después de todo continúan bajo la lluvia y el frío,
siendo felices. Ahí van los enamorados a bailar el último vals.
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